domingo, 12 de julio de 2009

LA FELICIDAD DE LOS PALÍNDROMOS. Artículo.

Autor: Pere Ruiz. 2005.

Escribir palíndromos es como buscar setas. Sólo hay que ir al bosque. Las setas están ahí. Es cuestión de encontrarlas, ¿antes que otro? Los palíndromos ya existen y seguramente vuelan por el amplio cosmos de la inspiración imaginativa, quiero decir por el ancho cosmos de la imaginación inspirativa.

Es muy entretenido dedicarse a un tema palindrómico. Se pueden buscar palíndromos con nombres de ciudades, de animales o de personas. Hemos de tener en cuenta que esta idea ya se le ha ocurrido anteriormente a alguien. No es normal que para hacerle un palíndromo al león construyamos una frase demasiado larga, ya que concluimos apenas encontrada la simetría. Esa inmediatez es la que propicia que otro ya haya encontrado antes esa seta. Eso no debe desanimarnos, pues por mucho © que exista, el placer de ese momento no nos lo quita nadie. Cualquiera que se ponga a buscar simetrías da pronto con los clásicos más cortos, como Al revés se verla. Recuerdo lo impresionado que quedé cuando descubrí las propiedades del verbo Reconocer. Aunque en seguida imaginé que ya andaría por los libros hace siglos, Reconocer me pertenecía en ese instante. En los palíndromos, como en el Quijote, lo mejor está en la segunda parte. La primera mitad es más premeditada, ordenada y correcta gramaticalmente, pero la segunda se suele apoderar del factor sorpresa en su propia significación. Si escribimos Eva usó dado suave construimos un palíndromo que parece querer decir algo, sí, pero en si mismo es una mala novela corta. Ahora, al decir Oro y yerno son rey y oro estamos ante el mismísimo Quijote de Cervantes. El palíndromo tiene un valor añadido, se convierte en un refrán o en una sentencia con vida propia. En pocas palabras: Comunica. Ahí precisamente está la belleza de un palíndromo, ahí está porque dice lo que se pretende y no otra cosa, como le ocurría a Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda; que, cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: ''Lo que saliere''; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: "Éste es gallo", porque no pensasen que era zorra. (Don Quijote de la Mancha, cap. LXXI, II).
Cuando intentamos comentar o explicar el significado de un palíndromo no pretendemos más que transmitir a los demás lo que creemos que dice, -que en realidad es lo que quisiéramos que dijera-. El hecho de necesitar este razonamiento convierte la frase en una comunicación forzada y en cierta medida, imperfecta.
Es verdad que quien escribe palíndromos con regularidad, los anda buscando en los carteles publicitarios de la calle, en los titulares de la prensa o en los nombres de los nuevos personajes que salen a la escena pública. Lo que en realidad buscamos no son simples simetrías, sino verdaderas sorpresas, frases que nos dejen con la boca abierta. Un caluroso día de este verano le expliqué a mi sobrinita Eva de siete años lo que era un palíndromo. Ella misma hizo el análisis giratorio de su propio nombre, quedándose tremendamente sorprendida y alegre. Pasó el resto del día escribiendo al revés los nombres de toda la familia. Fueron unas horas felices en las que se olvidó por completo de la televisión e hizo gimnasia mental y física, pues corría y saltaba cuando descubría que su abuela era Ana, su madre Rosita o sus primos Anabel, Núria y Noel. Esa es la felicidad de los palíndromos.
De todos es sabido que la regla principal que encierra a un palíndromo es tan estricta que no tiene escapatoria. No puede fallar ni una sola letra. Es un enrejado con una pequeña abertura, a primera vista, invisible. Conseguir una frase simétrica es escapar de esa cárcel.
El palíndromo, una vez acabado, representa una satisfacción inmediata. Al poeta se le hace difícil valorar sus propios versos, como al narrador su novela. El palindromista rápidamente percibe el éxito de su composición. No sirve de mucho tener una recopilación de 100.001 palíndromos, cuando la mayoría no dicen nada. En todo caso son una muestra más de la riqueza de una lengua. Abogo porque sólo se publiquen o muestren aquellos palíndromos realmente felices, aquellos donde el ingenio y la inteligencia, junto con una gran dosis de casualidad, han alcanzado su plenitud máxima. No nos conformemos con que la zorra haya de comer arroz toda la vida, pues será difícil que le guste. Ingeniémonosla para hacer que la zorra cace gallinas, aunque no se las coma. De esta manera estaremos contribuyendo a la felicidad de los lectores, pues con Arte arrancaremos sonrisas de sus estresadas vidas. ¿A quién no le ocurre que tras leer un palíndromo genial, aunque no sea una frase cómica, esboza una bonita sonrisa? Es algo propio e innato en el ser humano. Salud a orbe. Salud a los aínos. Alud a Emetrio.

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